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Cotidianidad en tiempos de pandemia

Pueden ser muchas y muy variadas las maneras con las que referimos al curso de nuestras vidas. Algunos podrán verla como un tejido, un entramado de fibras que cada cual -en conjunto con su entorno- va generando hacia la concreción de un objeto final; o bien como una secuencia lineal de sucesos, éxitos, derrotas, etc.; o quizás asociado a la imagen del escalar una montaña, alcanzando su cima y luego -hacia le vejez- deber bajarla.

Estas ideas varían por supuesto en función de los tiempos, de la contingencia, de la cultura, de manera que no nos sorprenderá que actualmente, atravesados por la pandemia, veamos la vida de una manera más pesimista, reconociendo la constitución de ella siempre imbricada en el hecho inevitable de la enfermedad y la muerte. Por su parte, para algunas personas que han desarrollado una vida espiritual o religiosa, la actual pandemia quizás no los sacuda tanto en término existenciales, ya que tendrían una vinculación más directa con el mundo de lo trascendente, de lo que hay más allá del mundo concreto.

Lo que estas posiciones frente a la vida nos dicen acerca de nosotros mismos, es el afán por orientar nuestro caminar sobre el mundo, de darle un sentido que nos permita enfrentarnos a la tragedia de la finitud.

Ahora bien, las grandes instituciones que, en este sentido, nos abrigaban desde antaño, como lo son la iglesia católica, han ido perdiendo su poder, y ya no son efectivas para sostenernos en un horizonte en común. La misma institución política actual, la del estado nacional, asentada en fundamentos democráticos, se ha visto en el último tiempo socavada en su legitimidad por el escrutinio del pueblo. Al parecer estamos viviendo tiempos en los que la imagen de un barco a la deriva, sin un rumbo fijo y sin una orilla donde llegar, sería la más apropiada para pensarnos.

Se podría sostener la misma imagen pero a un nivel individual. Sujetos sumidos en una atmósfera depresiva, como a la deriva, sin orientación ni ánimo para direccionar sus vidas. Algo de esto puede resonar en muchas personas actualmente, lo cual va en línea con el incremento en la prevalencia de trastornos del ánimo, y sobre todo en depresiones. Las vivencias individuales en torno a estas desregulaciones en el ánimo serán diferentes para cada cual, pero aún así podríamos pensar estas experiencias como particulares a un nivel de temporalidad. ¿A qué me refiero con esto?

Si nos detenemos a pensar en cómo sentimos el paso del tiempo, podrá decirse que lo vemos como un futuro que aún no ha llegado, un pasado que ya fue y un presente que apenas llega se esfuma. En este sentido, el tiempo sería una acumulación de momentos presentes. La memoria, siguiendo esta lógica, sería un depósito de esa acumulación de «momentos presentes» (que ya fueron). Sin embargo, evidenciamos en nuestras experiencias que nuestros recuerdos nos acechan, y significan de diversas maneras nuestra vivencia presente, como ocurre por ejemplo a personas en proceso de duelo, cuya vivencia de la realidad esta sumamente enraizada en la pérdida pasada del ser querido. Nuestro ser actual entonces, esta imbricado en nuestra historia personal; una historia que acaba por supuesto al momento de la propia muerte; y una historia que se edita a la luz del futuro. Le vamos dando diversos sentidos a nuestras conductas pasadas en función de lo que esperamos ser en el futuro. Con esto quiero decir que como somos individuos con distintas posibilidades de ser hacia el futuro, entonces nuestra conciencia nunca esta acabada, siempre está editándose. Estamos constantemente ocupándonos y preocupándonos acerca de nuestra propia existencia.

Con esto volvemos a la cuestión acerca de la situación depresiva de una gran parte de la población global. El desánimo generalizado, a la luz de lo anterior, podríamos entenderlo como una extensión del momento presente y pasado, sin la capacidad de ver hacia adelante. La pérdida o ausencia de un horizonte de sentido en la gente, a partir del cual articular sus vidas, acentuaría el estancamiento en un presente que se distiende, que se siente más lento y pesado. La imposibilidad de darle una dirección a nuestros pensamientos, a nuestra relaciones con los otros, a nuestras conductas, haría más grande y sentida la situación de desamparo que nos constituye como humanos, enlenteciendo así nuestra experiencia cotidiana. Frente a la incertidumbre, la crisis sanitaria que nos acontece estaría ofuscándonos en nuestro quehacer acerca de nosotros mismos, volviendo nuestra cotidianidad más nebulosa ya que no tenemos un futuro posible (y seguro) como sostenedor y tejedor de nuestro presente.

Ante lo angustiante de esta situación no queda más que buscar hacer de este aletargamiento cotidiano, uno enriquecido en estímulos espirituales, conversaciones amenas, sinceridad ante uno y los otros, y también de distracciones que hagan de esta temporalidad densa una más liviana y efímera.

Francisco López

ENG
Cotidianidad en tiempos de pandemia

1 June 2020

There can be many and varied ways in which we refer to the course of our lives. Some may see it as a textile, a network of fibers that each of them -together with their environment- generates leading to the realization of a final object; or as a linear sequence of events, successes, defeats, etc.; or perhaps associated to the image of climbing a mountain, reaching its summit and then -towards old age- having to descend it.

These ideas vary, of course, depending on the times, on the contingency, on the culture, so that it will not surprise us that currently, crossed by the pandemic, we see life in a more pessimistic way, recognizing its constitution always linked to the inevitable fact of illness and death. On the other hand, for some people who have developed a spiritual or religious life, the current pandemic perhaps does not shake them so much in existential terms, since they would have a more direct link with the world of the transcendent, of what is beyond the concrete world.

What these positions on life tell us about ourselves is the eagerness to orient our walk on the world, to give it a meaning that allows us to face the tragedy of finitude.

Now, the great institutions that, in this sense, have sheltered us since long ago, such as the Catholic Church, have been losing their power, and are no longer effective in holding us in a common horizon. The same current political institution, the State, based on democratic foundations, has recently seen its legitimacy undermined by the scrutiny of the people. It seems that we are living in times in which the image of a boat adrift, without a fixed course and without a shore to reach, would be the most appropriate to think about.

The same image could be sustained but on an individual level. People immersed in a depressive atmosphere, as if they were adrift, without orientation or encouragement to direct their lives. Some of this may resonate with many people today, which is in line with the increasing prevalence of mood disorders, and especially depressions. Individual experiences around these mood disorders will be different for each of them, but we could still think of these experiences as particular to a level of temporality. What do I mean by this?

If we stop to think about how we feel the passage of time, it can be said that we see it as a future that has not yet arrived, a past that has already been and a present that as soon as it arrives it vanishes. In this sense, time would be an accumulation of present moments. Memory, following this logic, would be a deposit of that accumulation of «present moments» (that already were). Nevertheless, we evidence in our experiences that our memories haunt us, and they signify in different ways our present experience, as it happens for example to people in the process of grief, whose experience of reality is deeply rooted in the past loss of the loved one. Our present being, then, is embedded in our personal history; a history that ends, of course, at the moment of one’s death; and a history that is edited by the light of the future. We are giving various meanings to our past behaviors in terms of what we hope to be in the future. By this I mean that since we are individuals with different possibilities of being into the future, then our consciousness is never finished, it is always being edited. We are constantly occupied and worrying about our own existence.

This brings us back to the question about the depressive situation of a large part of the global population. The widespread discouragement, based on the above, could be understood as an extension of the present and past moment, without the ability to see ahead. The loss or absence of a horizon of meaning in people, from which to articulate their lives, would accentuate the stagnation in a present that distends, that feels slower and heavier. The impossibility of giving a direction to our thoughts, to our relationships with others, to our behaviors, would make the situation of helplessness that constitutes us as humans greater and more profound, thus slowing down our daily experience. In the face of uncertainty, the health crisis that is happening to us would be blurring our work about ourselves, making our daily life more nebulous since we do not have a possible (and secure) future to sustain and knit our present.

Given the distressing nature of this situation, we can only seek to make this daily lethargy an enriched one in terms of spiritual stimuli, pleasant conversations, sincerity before one another, and also distractions that make this dense temporality lighter and more ephemeral.

Francisco López

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