El ser humano aspira a ser feliz siendo esta la misma búsqueda que moviliza el vivir. Aun cuando cada persona encuentra la felicidad en distintas cosas, todos tenemos un dispositivo que nos conduce a “evitar el dolor y el sufrimiento para sentirnos bien”. Esto, que como mecanismo de supervivencia es un principio de instinto como para cualquier otro animal. A diferencia de otros seres vivos las representaciones pesan más que la realidad, la forma que toma el bienestar versus el malestar se modela por la realidad psíquica.
En los seres humanos a menudo la felicidad se confunde y la fijamos en metas, esto implica emprender proyectos como buscar trabajo, formar pareja, construir familia, hacer un viaje, o algo que nos complete. En otros casos, alternamos placeres pasajeros, que muchas veces suelen tener un costo y traer más infelicidad que alegría. Hoy vivimos con la compulsiva exigencia de ser felices, en un mundo que nos demanda ser felices, exitosos; y que nos comunica permanentemente recetas y nos vende promesas. Incluso cuando hemos llegado a estar conscientes de qué placeres cotidianos nos hacen bien, el ser humano continúa con ese vacío inmenso que en momentos de soledad lo abruma; y es desde ese lugar que nacen las grandes preguntas que nos movilizan a buscar respuestas.
Comprender la felicidad desde la psicología es entender que una experiencia de goce momentáneo es pasajera y, a veces, conecta más con ese vacío que habita adentro; por eso es tan relevante asumir una responsabilidad individual en la opción de ser feliz.
Psicología y felicidad
La psicología nos pone en situación activa y nos sugiere pensarnos como constructores de la propia felicidad. Esto nos hace sujetos que tienen algún grado de control y desde ahí pueden buscar la felicidad o ir a encontrarla. Este es un tema transversal en el hombre y los distintos enfoques teóricos de la psicología nos plantean distintas maneras de comprender y abordar este deseo humano.
Psicoanálisis
Freud inicia el psicoanálisis, buscando aliviar el sufrimiento y comprende que nuestro organismo y sistema mental se orienta por un principio de “placer“, esto implica que conducimos lo que hacemos, pensamos e incluso sentimos por “evitación del dolor”; haciéndole el quite al sufrimiento ya que el malestar nos molesta y nos perturba. La felicidad se establece en ese equilibrio en que una cuota de malestar nos llama a buscar lo que necesitamos para aliviarlo. Desde esta perspectiva el concepto de felicidad es complejo como aspiración, porque no tiene forma ni definición específica y no puede ser una obligación impuesta desde fuera. Es imposible abordar la felicidad como una pretensión única figurada en un objeto externo que en la medida que lo poseemos nos regala felicidad. Se vuelve, por tanto, insostenible abordar la felicidad como un tema o una meta. La felicidad, en cambio, es una experiencia que se da en el movimiento constante de un sujeto que se satisface y se frustra. Cuando en ese balance en la psiquis de una persona predominan las experiencias de satisfacción, surgen sensaciones más placenteras y energía amorosa para ser conducida a amar y trabajar.
Por lo tanto, para ser feliz no basta con experimentar sensaciones placenteras y miserables, es necesario construirse como sujeto; en un desarrollo que, desde el punto de vista freudiano, implica etapas psicosexuales. En un inicio de la vida “ser feliz” implica satisfacción de deseos y necesidades. La felicidad se instala así en lo placentero, y a lo largo del tiempo se desarrolla al abrirse a conocer el mundo y a nosotros mismos, en una búsqueda propia e infinita que se entrega al descubrimiento y a la cual nos abocamos desde los primeros momentos de vida.