«El vacío o el pegoteo al ser amado pueden hacer surgir sensaciones de angustia, rivalidades nuevas, ansiedad o inhibiciones/depresiones. Estos fenómenos pueden llevar al sujeto a la idea de estar atrapado, como si la vida amorosa ya no fuera guiada por su voluntad y la cuarentena es quién gobierna la relación.» Centro Rumbos
En la clínica nos enfrentamos regularmente a lo que se suele llamar parejas sintomáticas. Esta noción nos sirve para pensar de qué forma la relación con la pareja confronta al sujeto con su propia verdad. Además permite acercarnos a una manera de entender la dificultad para separarse que pueden tener ciertas parejas incluso cuando su entorno y sus propios ideales los han llevado a pensar que lo mejor para ellos es terminar.
A partir de esta idea, es posible aseverar que lo que une a las parejas no necesariamente está comandado por las intenciones del sujeto y lo que este denomina como bienestar. Sino que muchas veces la relación se funda en otro escenario.
Hoy en día nos enfrentamos a lo que se puede denominar como una contingencia forzada. La cuarentena, puede hacer reaparecer ciertos conflictos que hasta el momento se tramitaron de otra forma. Si todos y todas viven el encierro de forma distinta, como mínimo es posible afirmar que se trata del encuentro con una situación nueva, impuesta, que provoca un cambio en nuestras formas de vivir.
Se presenta una nueva cara del ser amado, ya sea a raíz de la presencia constante en el encierro, como del encuentro con el vacío de un lugar que antes era llenado por otro. El vacío o el pegoteo al ser amado pueden hacer surgir sensaciones de angustia, rivalidades nuevas, ansiedad o inhibiciones/depresiones. Estos fenómenos pueden llevar al sujeto a la idea de estar atrapado, como si la vida amorosa ya no fuera guiada por su voluntad y la cuarentena es quién gobierna la relación.
Entonces, ¿De qué forma recuperar las riendas de los conflictos que surgen en nuestra cotidianidad? Es difícil, sino imposible, ubicar la solución única para problemas tan heterogéneos. Tampoco es posible hacer un listado de todas las soluciones existentes, porque hay tantos arreglos como personas. No obstante, si nos enfocamos en el fenómeno de la angustia es posible reconocer ciertas líneas que permitan a cada uno pensar su malestar y en su situación.
La angustia, figurada en su expresión clásica como la “crisis de pánico”, se distingue por su insistencia y sensación de urgencia; este fenómeno se resiste a la solución que pueda ofrecer otro, no responde a la lógica del pensamiento sino que parece una sensación que no tiene nombre, cualidad o límites, sino que se siente en el cuerpo.
Esta sintomatología nos demuestra que la dificultad para encontrar un arreglo que genere bienestar no solo radica en la pluralidad de soluciones posibles, sino que en la dificultad para pensar en uno mismo cuando emerge la sintomatología. Es aquí donde el otro, la pareja, familia, amistad, psicoterapeuta, etc. cobran cierta importancia, no desde lo que puedan ofrecer en términos de intenciones explícitas, sino que a partir de ciertos gestos que movilizan la relación.
Es este otro el que calma, ya sea desde su acercamiento como su alejamiento. A veces sin decir nada, son los gestos de la presencia o la ausencia del otro en los momentos precisos lo que pueden provocar alivio. En este sentido, reconocerse a uno mismo como un sujeto que necesita dirigirse a otro para pensarse a sí mismo, permite acercarnos a la relación de pareja de forma distinta.
No son las intenciones de cada uno las que generan una pareja estable, tampoco se trata de una complementariedad innata. Son los movimientos que el otro provoca en uno, los que generan lazos, también son estos movimientos los que permiten pensarse a uno mismo y aprender a lidiar con nuestro propio malestar.
ENG
The couple and the confinement
«Emptiness or stickiness to the loved one can bring up feelings of distress, new rivalries, anxiety or inhibitions/depressions. These manifestations can lead the person to the idea of being trapped, as if the love life is no longer guided by his or her will and is the quarantine the one who governs the relationship.
Cristóbal Cortázar Morizon Centro Rumbos
In the clinic we regularly deal with what is often called symptomatic couples. This notion helps us to think about how the relationship with the partner confronts the subject with his or her own truth. It also allows us to approach a way of understanding the difficulty that certain couples may have in separating even when their environment and their own ideals have led them to think that the best thing for them is to do it.
From this idea, it is possible to assert that what unites couples is not necessarily commanded by the intentions of the person and what he or she calls well-being. Rather, many times the relationship is based on another scenario.
Today we face what can be called a forced contingency. The quarantine, can make reappear certain conflicts that until the moment were processed in another way. If everyone lives the confinement in a different way, at least it is possible to say that it is the encounter with a new situation, imposed, which causes a change in our ways of living.
A new face of the loved one is presented, either as a result of the constant presence in the confinement, or of the encounter with the emptiness of a place that was previously filled by another. The emptiness or stickiness of the loved one can lead to feelings of anguish, new rivalries, anxiety or inhibitions/depressions. These manifestations can lead the individual to the idea of being trapped, as if the love life is no longer guided by his or her will and the quarantine is the one who governs the relationship.
So, how do we regain control of the conflicts that arise in our daily lives? It is difficult, if not impossible, to look-up the single solution to such heterogeneous problems. Nor is it possible to list all the existing solutions, because there are as many arrangements as there are people. However, if we focus on the phenomenon of anguish, it is possible to recognize certain lines that allow each one to think about his/her own discomfort and situation.
Anguish, figured in its classical expression as «panic crisis», is distinguished by its insistence and sense of urgency; this phenomenon resists the solution that another one may offer, it does not respond to the logic of thought but seems to be a sensation that has no name, quality or limits, but is felt in the body.
This symptomatology shows us that the difficulty to find an arrangement that may bring wellbeing lies not only in the plurality of possible solutions, but also in the difficulty to think of oneself when the symptomatology emerges. It is here where the other, the couple, family, friendship, psychotherapist, etc. take on certain importance, not from what they can offer in terms of explicit intentions, but from certain gestures that mobilize the relationship.
It is this other one who calms, either from their approach or their distance. Sometimes without saying anything, it is the gestures of the presence or absence of the other at the precise moments that can bring relief. In this sense, recognizing oneself as a person who needs to approach another in order to think of oneself, allows us to approach the relationship in a different way.
It is not the intentions of each one that leads to a stable couple, neither is it a matter of an innate complementarity. It is the movements that the other one causes in oneself, those that generate bonds, it is also these movements that allows to think of oneself and to learn to deal with our own discomfort.