La Organización Mundial de la Salud estableció en el año 1984 el uso del término adulto mayor para referirse a aquellas personas a partir de los 60 años.
No son menores las transformaciones que se producen en esta etapa cíclica en la vida de cada sujeto, como modificaciones corporales, psicológicas, sociales y existenciales.Las que pueden ser detonantes de cambios en la lectura que se realiza sobre la propia identidad, y tensionando y «poniendo en cuestión», al sí mismo; incrementando inseguridades, fragilizando mecanismos de control y afrontamiento y sobretodo, demandando nuevas formas de adaptación.
El adulto mayor busca refundirse en una nueva trama que lo defina, que le otorgue contornos precisos, que le diga quién es. Esta búsqueda permanece a lo largo de la vida y toma sesgos peculiares en los diversos tipos de envejecimiento, demandando reelaboraciones identitarias.
Reflexionemos, que la edad sólo es determinante en el diagrama social de un pueblo, en los modos en que una sociedad considera y habilita posibilidades de trabajo o de goces, usos de poder-saber, interpelando una serie de valoraciones interconectadas en relación con un amplio sistema social, económico y cultural.
Como profesional del área de la Salud Mental, mi aporte se inclina en acompañar los procesos de elección de cada sujeto, evitando que el paciente se aferre a las vías del displacer, por no poder tener un espacio donde colocar en palabras la vivencia de un presente sin rumbo, donde la mirada del otro lejos de servir como soporte, lo fragmenta y donde en vez del resurgimiento de nuevos proyectos hay un anclaje a los recuerdos (pasado).
En la sociedad actual, el adulto mayor no es tratado como sujeto de derechos sino como un objeto de cuidados. Es allí, donde la sociedad se vuelve incapaz de preservar recursos para que vuelvan a ser sujetos deseantes y encuentren sentido en el deseo del Otro.
Y junto a lo anterior, es necesario que el Estado y la sociedad se involucren en la cotidianidad de los adultos mayores. En ser dadores de herramientas, recursos y posibilidades. Permitiéndonos un acompañamiento consciente, una presencia sincera y un disfrute leal; garantizando los derechos de aquellas que nos increpan a un futuro no muy lejano.
En algún lugar, alguien dijo, que la muerte de una persona sólo existe cuando es olvidado. Me detengo a abrir el interrogante y preguntarnos qué estamos haciendo para alimentar y construir una presencia real y una vejez digna.
Los invito a velar, desde ahora, la re-construcción de un envejecimiento activo, donde podamos elegir cómo transitarlo y de-construir el paso de los años como causa negativa, sino más bien merecedores de un devenir armonioso y satisfactorio.
Sugerencias para una vejez feliz:
- Inscripción en talleres de desarrollo personal.
- Participación social activa.
- Chequeos médicos, por lo menos una vez al año.
- Alimentación saludable.
- Actividades deportivas.
- Mejorar aspectos comunicacionales con la red afectiva.
- Participar en tours para personas adultas mayores.