Cada persona tiene su propia forma de ser y viene con un manual de instrucciones para la sobrevivencia, algo así como nuestra configuración de fábrica que al conocerla nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos y entender lo que nos sucede. De esta manera, podemos crecer y activar cambios en aquello que no contribuye a nuestro bienestar.
Al nacer, ya traemos ciertos instintos innatos para sobrevivir. Son disposiciones protectoras que heredamos, lo que llamamos «genotipo» y que constituye un regalo de la ontogenia. Esta herencia genética puede desarrollarse de manera positiva a lo largo de nuestra vida si contamos con un ambiente nutritivo que responda a nuestras necesidades básicas y emocionales. También contamos con la filogenia, que son características compartidas por todos los seres humanos y relacionadas con la supervivencia, como un programa automático que todos tenemos. Carl Jung aportó la idea de que además de esta herencia, tenemos un inconsciente colectivo, que funciona como un aprendizaje universal transmitido a través de la cultura.
La forma en que estas características biológicas y el ambiente interactúan en nosotros determina nuestro temperamento, es decir, cómo reaccionamos en primera instancia. El temperamento es aquella parte nuestra que no tiene filtro.
Como seres humanos, debemos aprender a realizar funciones básicas para sobrevivir, como alimentarnos. La forma en que cumplimos estas necesidades básicas depende de cómo se combinan nuestra carga genética, el ambiente en el que nos desarrollamos y nuestras experiencias de vida.
Nuestra personalidad se forma a partir de las experiencias acumuladas desde la infancia, en la relación entre nosotros y el mundo que nos rodea. Por otro lado, el temperamento es nuestra disposición natural y universal. Sin embargo, tanto el temperamento como el carácter necesitan de un ambiente adecuado para desarrollarse, de una interacción mínima necesaria para que nuestra especie pueda sobrevivir y nosotros podamos crecer y tener una vida plena.
Todas nuestras experiencias se van registrando en nuestra memoria y moldeando nuestra relación con el ambiente. Si estas experiencias se repiten de cierta manera, hablamos de patrones de comportamiento que pueden ser positivos o negativos para nosotros, dependiendo de nuestras experiencias y estilo de vida.
La combinación de nuestra disposición natural (temperamento) y nuestras experiencias define cómo reaccionamos ante el entorno y cómo se desarrollan nuestros rasgos de carácter. A partir de esta fusión de nuestra disposición natural e innata y nuestras experiencias tempranas, creamos una forma de organizarnos para evitar la angustia y protegernos de los cambios y exigencias del mundo en el que vivimos. Es como una armadura que nos ayuda a enfrentar el mundo y, al mismo tiempo, se van instalando en nuestro cerebro creencias acerca de nosotros, el mundo y los demás. Por ejemplo, podemos adoptar la idea de que vivimos en un mundo hostil y que debemos estar a la defensiva.
Cuando se activa esta disposición, nos advierte como un protector de situaciones angustiantes. Funciona como una señal de alerta que nos ayuda a enfrentar conflictos y adaptarnos al entorno. La disposición nos ayuda a lidiar con el estrés.
Por ejemplo, cuando nos encontramos con eventos traumáticos o angustiantes, nuestra disposición se activa
y buscamos respuestas en nuestros instintos más primitivos., para enfrentar esa angustia que estamos experimentando.
Contamos con un instinto protector entra en acción cuando enfrentamos experiencias frustrantes que generan angustia. En ocasiones, como mecanismo de defensa, buscamos algo placentero que contrarreste esa angustia, las defensas maniacas . Queremos pasar buenos momentos y buscamos actividades que nos ayuden a distraernos y evitar pensar en los problemas , muchas veces es tema de tiempo porque podrían surgir en el futuro con mayor fuerza o bloquear nuestro desarrollo sin darnos cuenta.
A pesar de las dificultades, siempre hay posibilidades , ya que todos tenemos la capacidad de rescatarnos a nosotros mismos y fortalecer nuestra disposición innata para enfrentar los conflictos. Esto se logra a través de un proceso de aprendizaje terapéutico que nos permite revisar y resignificar aquellas experiencias que han dejado huellas de inseguridad, o falta de confianza en nosotros mismos.
Sin embargo, es importante considerar que al estar solos en este proceso puede dejarnos con puntos ciegos, experiencias olvidadas que no alcanzamos a comprender plenamente. Esto impide la reestructuración de nuestra disposición y, en algún momento, puede surgir una angustia más intensa. Es similar a las recaídas de los enfermos que no han cuidado su proceso de recuperación.
Es el momento que nos enfrentamos a una manifestación sintomática de una posible patología es fundamental buscar apoyo y no enfrentar este viaje emocional en soledad. Al contar con la ayuda de profesionales terapéuticos, podemos abordar esos puntos ciegos, desenterrar las experiencias olvidadas, sanar heridas y lograr una verdadera reestructuración de nuestra disposición, brindando así una oportunidad de superar los desafíos y encontrar una mayor tranquilidad emocional en nuestro camino.